Los Delfines, problemas de conservación.
Los problemas más importantes para la supervivencia de los delfines en nuestras aguas son las actividades pesqueras y la contaminación. Las redes de deriva, las de cerco y los trasmallos en general atrapan cada año un número desconocido, aunque elevado, de delfines.
De todas, la especie más afectada es, sin duda, el delfín mular, ya que, por sus hábitos costeros y gracias a su comportamiento poco tímido este cetáceo se ha adaptado a la presencia del hombre y no es raro verlo nadar siguiendo los barcos de pesca para aprovechar el pescado que es desechado. También sucede frecuentemente que los delfines mulares se introduzcan en las redes de arrastre o en las de cerco para atrapar parte de la pesca, o que arranquen los peces enmallados en las redes fijas al fondo.
Estas acciones producen importantes destrozos en las artes de pesca, razón por la que los pescadores consideran a estos delfines como una verdadera plaga. Por otra parte, no es raro que durante estas incursiones algún delfín quede enmallado
en las redes y perezca asfixiado. Se espera que la entrada en vigor de recientes regulaciones sobre las actividades pesqueras disminuya esta mortalidad, pero el comportamiento respetuoso de los pescadores con estos animales es imprescindible para asegurar su supervivencia.
Sin embargo, la amenaza más seria para los delfines, en especial los que habitan las aguas mediterráneas, es la contaminación marina. Debido a la elevada tasa metabólica de estos animales y también al hecho de que son depredadores terminales situados en la cúspide de largas redes tróficas marinas, su cuerpo recibe con el alimento importantes cargas de estos contaminantes. Entre ellos, los más importantes son los compuestos organoclorados (DDT y PCBs) y los metales pesados (mercurio, cadmio, plomo). Todos estos contaminantes han sido detectados en concentraciones alarmantes en los tejidos corporales de los delfines de nuestras aguas. Los efectos de estos productos tóxicos en los cetáceos no están bien conocidos, aunque hay evidencias de que interfieren en los procesos reproductivos disminuyendo la capacidad de procreación de la población y de que deprimen el sistema inmunitario, debilitando a los delfines frente a infecciones.
Durante el verano y otoño de 1990 una epidemia de origen desconocido, en la que estuvieron implicados varios agentes infecciosos, asoló la práctica totalidad del Mediterráneo occidental. Victimas de esta epidemia, en nuestras costas fueron recuperados más de 500 cadáveres de delfines listados. Sin embargo, por tratarse de una especie que vive lejos de la costa, el número de bajas reales acontecidas en la población fue, sin duda, muy superior. Las causas que desembocaron en este brote epidémico no han podido ser aún esclarecidas, pero hay sólidas evidencias de que los contaminantes químicos, en especial los compuestos organoclorados, habrían producido un cuadro de debilidad inmunológica que hizo a los delfines más susceptibles frente a las infecciones y les redujo su capacidad de respuesta una vez contraída la enfermedad. Este episodio debe alertamos acerca del delicado equilibrio que mantienen estos animales con su medio y de la responsabilidad del hombre en su conservación.
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